Desde el día que llegué a Blogger, he estado jugando de aquí para allá.
Hace algún tiempo acordamos con un colega (en esto de hacer todo y nada) escribir "a medias", en grupo, si vale la expresión.
Pues aquí arrancamos publicando con Walter, del blog Bondad Vulnerable, a quien tengo entre mis recomendados hace buen tiempo.
El juego comienza con la publicación de uno de nosotros, dejando los puntos suspensivos a disposición del otro. Esa es la mejor parte: no saber lo que nuestro compañero sumará al relato.
Veamos que pasa. Arranco:
La melodía no deja de sonar. Es molesta (al menos en esta situación).
Hace algunos minutos que espera respuesta y del otro lado de la línea solo se oye esa patética versión de “Para Elisa”, como si la estuvieran ejecutando con una licuadora. Deprimente.
-¿Si…? –al fin el tipo del conmutador vuelve al teléfono.
-Eh… si, acá todavía estoy… esperando la señal de fax… -impaciente juega con el encendedor.
-Mmm… seguro que lo dejaron sin el automático, señor. Espere que pruebo con otro… -dice el telefonista, con forzada cortesía.
¡Por favor… Otra vez esa musiquita no! Y otra vez la espera…
Es una leve agonía, pues a partir de ese fax, del otro lado responderán (si su petición es “coherente con el sistema”, claro).
Tranquilo, Emilio… tranquilo –se dice, en tanto aguarda ese horrible tono que indica que puede dar señal para enviar el documento. –No esperarás más que durante todos estos años. Qué más da…
Presiona el botón “Altavoz”, para continuar la comunicación sin utilizar las manos y comienza a abrir un paquete de cigarrillos.
La primera vez fue la peor, si mal no recuerdo. Esa oportunidad, seguramente por ser un mocoso, me hizo parir de sufrimiento!
Je… No podía sostener ni el pucho, de nervios. Y el viejo del locutorio se dio cuenta.
Recuerdo que me dijo: “Todo va en orden, pibe”. “¿Qué carajo sabrá este viejo choto?” pensé en aquel momento. ¡Y claro que no sabía nada, pobre!
Con el tiempo me hice un poco más bicho. Tomé confianza; en mí mismo, principalmente.
Repetía el procedimiento, todos los lunes y por una especie de cábala, en el mismo locutorio (no me había ido mal ahí). A decir verdad, era una cábala a medias: el viejo de un día para otro desapareció; se habrá muerto, qué se yo. Después lo atendía la viuda, creo.
“Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiirrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr…” sonó la señal.
Ahora botón verde, lo de siempre.
El papel se desliza por el telefax. Solo son unos segundos.
Finaliza la comunicación, emite el informe correspondiente. Hacia el final del mismo: “Resultado – OK”
Ya está. Ahora ha de esperar respuesta.
Hace algunos minutos que espera respuesta y del otro lado de la línea solo se oye esa patética versión de “Para Elisa”, como si la estuvieran ejecutando con una licuadora. Deprimente.
-¿Si…? –al fin el tipo del conmutador vuelve al teléfono.
-Eh… si, acá todavía estoy… esperando la señal de fax… -impaciente juega con el encendedor.
-Mmm… seguro que lo dejaron sin el automático, señor. Espere que pruebo con otro… -dice el telefonista, con forzada cortesía.
¡Por favor… Otra vez esa musiquita no! Y otra vez la espera…
Es una leve agonía, pues a partir de ese fax, del otro lado responderán (si su petición es “coherente con el sistema”, claro).
Tranquilo, Emilio… tranquilo –se dice, en tanto aguarda ese horrible tono que indica que puede dar señal para enviar el documento. –No esperarás más que durante todos estos años. Qué más da…
Presiona el botón “Altavoz”, para continuar la comunicación sin utilizar las manos y comienza a abrir un paquete de cigarrillos.
La primera vez fue la peor, si mal no recuerdo. Esa oportunidad, seguramente por ser un mocoso, me hizo parir de sufrimiento!
Je… No podía sostener ni el pucho, de nervios. Y el viejo del locutorio se dio cuenta.
Recuerdo que me dijo: “Todo va en orden, pibe”. “¿Qué carajo sabrá este viejo choto?” pensé en aquel momento. ¡Y claro que no sabía nada, pobre!
Con el tiempo me hice un poco más bicho. Tomé confianza; en mí mismo, principalmente.
Repetía el procedimiento, todos los lunes y por una especie de cábala, en el mismo locutorio (no me había ido mal ahí). A decir verdad, era una cábala a medias: el viejo de un día para otro desapareció; se habrá muerto, qué se yo. Después lo atendía la viuda, creo.
“Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiirrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr…” sonó la señal.
Ahora botón verde, lo de siempre.
El papel se desliza por el telefax. Solo son unos segundos.
Finaliza la comunicación, emite el informe correspondiente. Hacia el final del mismo: “Resultado – OK”
Ya está. Ahora ha de esperar respuesta.