La habitación está infestada y cualquiera sufriría ahogo con ese aire (en realidad, por la falta de él).
Iván levanta la voz:
-¿Cómo es esto? ¿Qué parte me perdí?
-Pero... cuando entraste todo estaba más que bien!- dice Darío desde el desvencijado sillón de mimbre. Y ataca: – ¡Ruso, yo no tengo la culpa que vos seas tan...
-¿Tan qué? – pregunta, apagando otro pucho contra el piso, bajo su bota embarrada.
Ese barro es viejo, hace rato que no llueve. La isla está invadida por mosquitos. Por eso los dos esperan encerrados a pesar del olor, del aire agrio y de la inactividad que los tiene tensos y a punto de estallar.
-Ya sabés... – dice Darío – ¡No te hagás el gil!
Le estira un mate a Iván; intenta suavizarlo. Pero el Ruso no sede (por algo le dicen Ruso, encontrando similitudes con el príncipe homónimo).
-Mirá, Darío... – dice mientras chupa de la bombilla caliente – ¡No me pruebes porque sabés que se arma la podrida y se acabó el cuento!
-Shhh!!! – pide silencio su compañero. Se escucha el motor de una lancha que viene de lejos. Tiene que ser el jefe con la presa.
"Las cosas van saliendo", piensan los dos.

"La Muñeca" subsiste.
El golpe contra el desvencijado muellecito lo hace volver al presente.
Estas son otras épocas. El abuelo ya no está para decirle a Cocho como hacer negocios: él ahora tiene sus propios métodos.
Sabe que los otros lo han estado esperando desde muy temprano, acobachados en la casita de los Hammers. Es hora de cambiar de refugio de fin de semana. Ya se ha planteado esto en la última reunión que tuvieron allá, en el club, pero su ubicación es perfecta y las veces que les ha dado cobijo supera la docena.
Banda de Sonido Recomendada: "Río Paraná", Iorio y Flavio.