martes, 15 de abril de 2008

Boceto isleño (2das. líneas)

SEGUIMOS HUSMEANDO QUE HACEN ESTOS TRES... (viene del día 29 de marzo, ver más abajo)

Denominarla “isla” ha sido algo pretencioso.
No es más que una porción de tierra de poco más de una hectárea rodeada de aguas relativamente limpias.
A veces la corriente trae restos de plantas, maderas de algún muelle y porquerías del vecindario isleño. Nada que no pueda juntar con su santa paciencia Cocho y sus protestantes subordinados.
Porque si de árboles hablamos, allí abundan.
En esta porción de tierra predominan los sauces llorones; es probable que el lider la haya elegido como “cueva” por ello: que mejor para este melancólico que árboles declarados "cultores de la lágrima".
Cuando la barquilla llegó y detuvo su motor los muchachos salieron al fin a enfrentar la jornada en la densidad del clima.
Cocho los ve venir por el caminito al muelle. Siempre con ese paso cansino que caracteriza a “Abbot y Costello” (como les gusta decirles, aunque ellos no entienden porqué; posiblemente solo él lo sepa).
–¡Buen día, jefazo! –arranca Darío–. Hoy los moscos estos están más carnívoros que de costumbre! ¿Trajo repelente?
–Ustedes háganse cargo del bulto. Yo tengo que hacer –dice el jefe, dirigiendoles apenas una mirada y haciendo una inclinación con la cabeza, a modo de saludo y como única respuesta.
Para ellos eso es suficiente. No objetan.
Pero cuando Cocho ya está lejos Iván no aguanta y dice:
–Jo! ¿Para que queremos repelente, si con el jefe tenemos suficiente? –gesticulando como imagina en ese momento a un mosquito envenenado.
Su compañero lo festeja con una carcajada nerviosa.
Suben al “Muñeca” y del depósito traen con dificultad una bolsa que llevarán entre ambos.
Durante el trayecto hasta la casita, intercambian algunas palabras.
–Che... ¿no te estás pudriendo de venir acá? –dice Iván.
–...que se yo... –duda el otro– Lo que es fulero es que tengamos que venirnos el viernes nosotros y él, recién cae hoy. No es justo... me parece.
–Y... viste como dice el dicho: "el que sabe, sabe; y el que no, es jefe". ¡Jo Jo! –el Ruso larga una rizotada que resuena en la arboleda que los rodea.
Al llegar junto a la construcción, lo ven en su interior a través de los vidrios mugrientos, ocupado, como buscando en las paredes.
Se detienen en el corredorcito y descargan la bolsa sobre la desvencijada mesita de madera. Cruje.
Ninguno de ellos atina a entrar; se sientan en el banco fijo que está al lado de la puerta. “Qué organizados estos europeos!”, supone Darío sentado allí.
La vista que tienen desde ese banco es inmejorable.

Colocado vaya a saberse cuando por los noruegos que construyeron la casa, da a un patio gigantesco (toda la isla) donde se pueden ver unidos en abrazos los sauces y el camino con sectores empedrados que lleva al muelle.
Más allá, el río. Inmenso. Poderoso. Implacable.
Y sí. Organizados eran, pues ellos estan ubicados en la zona más alta del lugar.
En tanto, el Ruso piensa cuanto tendrán que estar sentados ahí.
¿Qué está haciendo el jefe?
Este hombre sigue siendo un misterio para ellos.
Siete años hace que lo conocen y sin embargo aun se desorientan ante sus movimientos.

Banda de Sonido recomendada: "La Isla", Chacho Müller.

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