viernes, 25 de abril de 2008

Ella / Eso - Cuota N° 6

Este... muchacho, encuentra nuevamente a la exuberante mujerona y... (viene del 14/04/08)
Logré hallarla una tarde en mi propio pasillo. Yo ya estaba trabajando en un supermercado, de repositor y venía de cumplir mi turno.
Dora estaba arrodillada ante la puerta de nuestro vecino de junto, el rengo. De pronto sentí que mi sangre se enloquecía y ronroneaba por todo el cuerpo.
Desde la escalera (alguien había dejado abierta la rejita del ascensor) la vi radiante.
La puerta del rengo era la última del pasillo. En la pared del fondo había una ventanita que por esas horas del día dejaba pasar una hermosa lucecita que daba algo de vida al lugar (especialmente a la cretona que abandonó la del “A”).
Pude verla trabajando por lo que supuse, a trasluz, lo que causó un efecto inexplicable a mis retinas. Tenía el cuerpo apoyado contra el marco y de espaldas a mí (¡como aquella vez!). Escuché una buena cantidad de insultos destinados a la cerradura que habría quedado trabada por la llave desde adentro.
-¿Trabajando un poquito? –intenté arrancar una conversación al llegar a su lado. Me respondió con una mueca de descontento y un resoplido sin dejar de forcejear.
Y ataqué: -¡Para colmo hace un calor...!
-... lo que pasa que tengo que ir a lo del protólogo y el turno es a las tres y media, vio –llegó de golpe la voz del rengo desde el interior del departamento.
-¡Mire, don! ¿Por qué mejor no se concentra en el trabajo del protrologo ese y me deja a mi con el mío, eh? –se sulfuró ella.
-No, ‘stá bien –respondió desde adentro –yo decía nomá...
-¡No sabía que usted se dedicaba a hacer trabajos tan rudos (“...Qué galán!...”) siendo una muchacha tan...
-¿Tan qué? –me cortó la inspiración.
-...viera uste’el prolemón que tengo. Me tuve que ir a verlo al dotor este... –me salvó el rengo, a quien se escuchaba como si estuviera moviendo algo.
-Eh, viejo! ¿Por qué no deja el traste tranquilo y lo cierra un poquito... al pico? –lo acuchillo, brava –Y vos, que tan qué, me decías? –suavizando un poco el tono.
-... –ya estaba anulado.
-¡Dale, bobina! ¿Qué me decías de que soy una mina tan algo? –perdió lo suavizado del tono.
-... eeeeh... Uy! Está sonando el teléfono de Daniel y seguro que no está. Me voy a atender. Chau –huí despavorido haciendo sonar el llavero.
Nunca tardé tanto para embocar una llave, ni aún cuando estaba atravesado por una tranca terrible durante aquellos fines de semana en el pueblo. Dora se quedó mirándome con una expresión entre desconcertada y de atención, como si quisiera escuchar el inexistente sonar del inexistente teléfono que la compañía le corto a mi primo a los dos meses de conectarlo, por falta de pago. Y celular no tiene, el lauchón.
-¿Te ayudo a vos también con esa puerta? –me dijo, graciosa.
-...je... –emití como leve respuesta y traspasé el umbral. El portazo sonó fuerte, pero por la desesperación que me había invadido.
Desde el pasillo ella, entre carcajadas me gritó:
-Otro día seguimos charlando, piojín!
Yo me quedé pegado a la puerta hasta las 17:20 hs., cuando se fue caminando con el rengo, hablando de turnos perdidos y dolores “posteriores”.


Recommended Soundtrack: “Honeybear”, Yeah Yeah Yeahs.

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