jueves, 24 de abril de 2008

Eternidad II (Embutido de Amor)

... Cristian Castro”.

Muy lentamente, cerró sus ojos... eructó... y se cagó muriendo.

Junto a un último bombazo de sangre que mandó el corazón al cuerpo de la enamorada, una furia repentina la puso de pie.
Se arrancó la katana que él introdujera tan amablemente en sus achuras y con lo que podría definirse como una tremenda calentura, retiró la propia del cuerpo del amado finado.
Comenzó a cortarlo en fetas muy finitas.
Eso fue por los pies; las piernas las cortó en cubitos, el torso en julianas, para terminar afrancesada con la cabeza tipo noisette.
Consideraba que en esta vida había sido buena en la cocina.
Increíbles tartas había preparado a su anciano padre, quien en estallidos de alegría la felicitaba a menudo. La realidad era que el pobre señor prefería la vianda de la pizzería del barrio, pero temía herir los sentimientos de la esforzada cocinera (de plato único).

De su morral tomó, terriblemente debilitada, la picadora de carne casera. Sus deditos hicieron movimientos sufridos para colocar la máquina sobre la rama de un cerezo (hay que tener en cuenta que justo en aquel paraje no había una mesa, que es lo más adecuado para esos casos).
Sin saber cuanto tiempo de vida le quedaba, fue colocando cada trocito de carne de su amado/odiado en la maquina, al tiempo que hacia girar el mecanismo con la manija que a duras penas movía.
Al finalizar la tarea, se colocó el delantal que justo traía en su bolso y procedió a sacarse las medias.
Los piecillos blancos, más blancos que la blanca nieve, y más japoneses que la blanca nieve japonesa no percibieron el frío. Estaba cayendo una helada machaza. Por suerte sus caballos no estaban sufriendo: la yegua recibía de buena gana ciertos intentos del viejo matungo; ellos no sabían amores sangrientos.
Utilizando un cucharón que justamente traía con la intensión de devolver a su querido (se lo había prestado para hacer un caldo, que finalmente insertó en una tarta) comenzó a rellenar las medias con la humana y muerta sangre que iba escurriendo con un trapo de piso... que casualmente traía... en el morral!
“Estas serán las morcillas más dulces de todo el Japón. Más dulces que las que hace el viejo choto ese que le pone miel; el de la otra cuadra” pensó con sus últimas fuerzas.
Pensar le hacía perder mucha sangre, pero no podía evitarlo. Era superior a ella... el charco de sangre.
Al culminar la faena de llenar las medias, hizo un nudo en los extremos correspondientes y las ató a una rama del árbol.
Tambaleando, hurgó en su bolso nuevamente y sacó su computadora portátil. Allí dejó el siguiente mensaje:

“Hombre o mujer que leas este mensaje, amigo, vecino, forastero, caminante, no hay camino, se hace camino al andar, golpe a golpe, corte a corte, he fabricado con lo más primoroso de nuestras entrañas este dúo de morcillas.
No las comas.
Dadles el tiempo pertinente para que maduren.
El día que se complete su maduración, toma de ellas tan solo una semilla y entiérrala en tu tierra más amada.
Verás que no pasa nada, esto solo te lo pido porque estoy más muerta que viva.
Si no lo cumples, iré cada miércoles a tu ventana a hincharte las pelotas”.

Escrito esto, lentamente enchufó una impresora portátil que llevaba en... un carrito (¡eeepaaa!) atado a su equino ya satisfecho.
Hizo dos copias del texto: una para el caminante que la encontrara, otra como constancia de recepción para que este la firme como recibida.
Saltó hasta el tronco del árbol (saltó porque una pierna ya no la sentía) y clavó las notas con la katana.
Acto seguido pidió un remise. Dicen que se fue a morir por ahí (aparentemente en la platea de un Boca – River, encuentro que nunca había podido presenciar).

Cuenta la leyenda que aun hoy puede verse en algún lugar de la pampa japonesa y durante la primavera aquel hermoso cerezo, en el mayor de los esplendores, portando en una de sus ramas un racimo de morcillas.

Morcilleja 1: nunca le pongas miel o azúcar a las morcillas. Es un crimen imperdonable.
Morcilleja 2: pensá bien todo lo que podés hacer con un último bombazo de sangre que te mande el corazón, antes de morirte.

Recommended Soundtrack: “The Flower of Carnage”, Meiko Kaji (¿qué otra?)


Todo bien, a no ofenderse. Up, Up, Up! Seamos los idiotas de/como siempre!
"Va con onda" (Adolfo Castello dixit).

5 comentarios:

  1. Gracias por visitarme y tu comentario. En cuanto a tu blog, lo tolero bastante bien che...

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  2. Genial.Y la banda de sonido también.Una mezcla de Tarantino,mitología oriental, Martin Fierro y Poe.Como veras, mi crítica se limita a relacionar imágenes.
    Siga así, varon...

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  3. Qué lindas gentes circulan por este condado!
    'Chas gracias, doctores!
    1- Físico: por esta vez te tolero que me toleres, pero... ojo! Te estamos vigilando.
    2- ¿No había por ahí alguien más... "terreste" para que lo ligaras conmigo, Titán?
    Es que me parece demasiado lo de estos Serie Limitada que mencionas... (¡todos admirados! Perdón... lo mío fue sin querer...)

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  4. Excelente!

    Atro que romero y juliana.
    átro!

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  5. Muy bueno, Don Manco. Menuda mezcla de imágenes más dispares y aderezadas con sangre.
    No sabremos los burgaleses de morcillas, que somos conocidos por eso (y también por el carácter hosco y huraño, aunque no me incluyo, y por la frialdad de la tierra). No sé como las harían los nipones, pero con un nikku-yaga estarían bien como entrante. En cuanto a nuestra misteriosa "Ishiin" desquiciada, sí, es un crimen endulzarlas con azúcar o miel, pero se me ocurre que podrías haber metido la imagen del cerdo por algún lado. A fin de cuentas, la morcilla suele hacerse con las tripas del cerdo... sugieriendo quizás que él era un cerdo vil y que merecía la muerte horrible... en este caso muy a la japonesa, a katanazos y palabras bonitas.
    Por cierto, me gustaría tener una bolsa como la de la prota. Cabe de todo. Y sobre la temática canibal de comerse a amigos y enemigos, tengo un cuento aún no colgado sobre un pastelero caníbal que quizás sea de su agrado.
    Recuerdos desde el Trono Nublado.

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